martes, 21 de agosto de 2007

En busca de las fuentes del Urumea

Paisaje y paisanaje

Recorremos el valle del modesto Urumea, desde la desembocadura donostiarra hasta las montañas de Goizueta, para conocer sus viejos esplendores y algunos rincones peculiares.

ANDER IZAGIRRE
(www.anderiza.com)


Sancho el Sabio fundó San Sebastián, de acuerdo, pero el terreno lo puso el Urumea. Este río, que antaño desembocaba en la bahía de La Concha, arrastró lodos y arenas con paciencia milenaria, los depositó gramo a gramo en su desembocadura y así formó la lengua de tierra que une el islote de Urgull con la costa. Sobre ese tómbolo creció San Sebastián. Por lo tanto, cualquier donostiarra -especialmente si posee algunos metros cuadrados de ese viejo montón de sedimentos, que hoy se pagan a precio de oro- debería peregrinar alguna vez aguas arriba, en señal de agradecimiento, hasta las fuentes navarras del río que formó la ciudad.

Al margen de tributos, esta pequeña exploración al estilo Livingstone guipuzcoano merece la pena. Ayuda a redescubrir el Urumea -y la importancia que tuvo como vía de comunicación- y se asoma a rincones y paseos recoletos.

Pero no obviemos lo más conocido. En su desembocadura, el Urumea subraya uno de los escenarios urbanos más bellos de Donostia, en el que se mezclan épocas y arquitecturas: de los cubos abstractos del Kursaal al esplendor burgués del Teatro Victoria Eugenia y el Hotel María Cristina, pasando por el edificio racionalista de La Equitativa y la sobriedad industrial de Tabacalera; de la rotundidad ferroviaria del puente de Hierro al trazo liviano del puente de Mundaiz y al aire marítimo del puente de la Zurriola, con sus columnas como faros. En estas orillas ofrece Donostia su cara más afrancesada, con las mansiones de arenisca y pizarra de un paseo ajardinado que por algo se llama «de Francia», y con el puente de María Cristina, inspirado en el parisino de Alejandro III.

A pesar de estas ínfulas como de río Sena, el Urumea es una corriente bien modesta. Recorre 59 kilómetros, casi nunca supera los dos metros de profundidad y sólo alcanza anchuras de más de quince metros en los tramos finales, ya invadidos por las mareas. Y la modestia es el rasgo que destaca su propio nombre: Urumea, ur mehea, agua fina, agua poco profunda.

Anclas y gabarras


Antaño el río se desparramaba en una inmensa marisma por los actuales terrenos de Hernani, Astigarraga y Donostia. Sus aguas proporcionaban pesca abundante, regaban una amplia vega de huertas y movían las ruedas y los fuelles de ferrerías y molinos, que sacaban sus productos del hierro por el mismo río: el Urumea era navegable durante muchos kilómetros, y un intenso tráfico de gabarras bajaba desde Goizueta hasta el puerto de Hernani y el puerto donostiarra de Santa Catalina (a orillas del río, junto al primer puente de la ciudad, antes de que se construyera el fondeadero actual en la bahía). La forja y la exportación de los productos del hierro, los astilleros fluviales, la pesca y la agricultura impulsaron una prosperidad que ayudó a poblar la comarca de Donostialdea.

Contracorriente, la ruta del Urumea abandona la ciudad por los barrios de Loiola y Martutene -asomados al río, con sus pantalanes y sus paseos-, va combinando polígonos industriales con zonas de huertas en la vega de Astigarraga, y alcanza Hernani. Esta población, que ronda los mil años de edad, vigila la vega del Urumea desde su casco viejo, encaramado a una colina. A orillas del río queda el barrio del Puerto, de evidente pasado, y por la carretera GI-3410 iremos atravesando otros barrios hernaniarras diseminados por el Urumea. Pasamos el de Zikuñaga, el polígono industrial Eziago y las casas de Epele, y poco a poco el camino se pliega a los dictados del río: es un trazado sinuoso, ideal para ciclistas, encajado en un valle muy estrecho y cobijado por un frondoso bosque de ribera (alisos, fresnos, sauces). Estas angosturas impiden que los caseríos se asienten en las laderas, por lo que se arraciman en barrios como Fagollaga o Ereñotzu, en la misma vega.

En Fagollaga se conserva una de las joyas de la época esplendorosa del Urumea: las ruinas de la Real Fábrica de Anclas. Junto a la carretera se levanta una gran torre de piedra, con dos pisos de arcos en un lateral, coronada por una extravagante melena de vegetación. A mediados del siglo XVIII, las ferrerías hernaniarras de Fagollaga, Pikoaga y Ereñozu consiguieron un contrato para suministrar anclas a la Real Armada, y a esa tarea se dedicaron durante un siglo. Una vez fabricadas, se transportaban en chalanas o gabarras hasta San Sebastián -aprovechando las mareas altas- y de allí se enviaban a los puertos españoles y a los de media Europa. Hasta Donostia llegaban mercaderes franceses, ingleses y holandeses en busca de las anclas hernaniarras, apreciadas por su acabado y su resistencia.

Cerca de las ruinas de la fundición pasea Ignacio Arizmendi, de 74 años, quien relata aquellos transportes de anclas en chalanas (que vieron sus antepasados) y los transportes de piedras en carros de bueyes (que vio él mismo): «Las bajaban por cables aéreos, desde una cantera que hay arriba en el monte, las cargaban en carros y las llevaban hasta Orio. También estaba la fábrica de cemento. Y las centrales eléctricas. Aquí teníamos mucha industria, esto era el barrio más rico de Gipuzkoa». Ignacio también recuerda otras tareas peculiares: «Con 10 años anduve buscando sepulturas de gentiles en burro. El cura Elosegi, de Tolosa, y sus ayudantes venían a hacer excavaciones; yo subía con el burro para llevarles la comida, los picos, las azadas Encontraron cuatro sepulturas. A los gentiles los enterraban bajo losas y lo tapaban todo con un montón de tierra, para que los animales no los sacaran». Los gentiles, según la mitología vasca, son los gigantes que poblaban el país antes de la llegada del cristianismo. Y sus sepulturas no son otra cosa que los monumentos funerarios de la prehistoria. En las montañas de Akola-Igoin, justo encima de Fagollaga, se localiza una de las estaciones megalíticas más notables de Gipuzkoa, con catorce dólmenes.

Conexión navarra


Al salir de Fagollaga, una pequeña presa, como tantas otras a lo largo del río, forma una poza irresistible para los bañistas. En verano, las campas y los merenderos que se asoman al Urumea -algunos de pago- están repletos de gente que combina un paseo por los senderos ribereños o por la montaña con un chapuzón, o que come en familia y pasa las horas en el frescor de la orilla. También abundan los pescadores, de truchas y anguilas pero no de salmones, reintroducidos con éxito pero aún protegidos.

La ruta nos lleva por los núcleos dispersos de Ereñozu -ojo al caserío Txilibita, del siglo XV, al principio del barrio-, Ugaldetxo, donde cruza a la otra orilla del río, y Pagoaga, que guarda restos de un molino. El camino se retuerce y trepa por la ladera, en busca del paso a Navarra, a la altura del caserío Naparralde.

El valle del Urumea siempre ha sido un paso menor entre las dos provincias. Durante un tiempo el tráfico fluvial comunicó San Sebastián con la remota Goizueta (que a su vez, hundida en el valle, tiene malas conexiones con el resto de Navarra) pero en esta cuenca tan estrecha nunca se ha trazado una vía terrestre de importancia. Hubo un intento en 1598, cuando Donostia y Hernani proyectaron un camino. La idea chocaba con los intereses de Tolosa, que gozaba de un privilegio otorgado por el rey navarro Juan II en 1442: todos los viajeros que quisieran entrar en el Reino de Navarra debían obtener el permiso en esta villa del Oria. Hasta los vecinos de Berastegi, en la misma muga, debían retroceder a Tolosa antes de cruzar la frontera. Como relata Iñaki Egaña en su libro Mil noticias insólitas del país de los vascos, los tolosarras presentaron un recurso ante el Consejo de Guerra del reino castellano, contra el proyecto de donostiarras y hernaniarras. Alegaron que la ruta del Urumea permitiría el paso de las tropas navarras en caso de guerra y que además facilitaría el contrabando. El rey atendió la queja, prohibió la construcción de la nueva vía y el corregidor envió a dos merinos (representantes reales) a detener a los peones que construían el camino. Al enterarse de la noticia, 200 donostiarras y 30 hernaniarras armados salieron a liberar a los detenidos y a apresar, a su vez, a los merinos. El conflicto se resolvió en las Juntas Generales de ese mismo año: la mayoría decidió que el proyecto de carretera del Urumea debía abandonarse.

Ignacio Arizmendi, el vecino de Fagollaga, también recuerda otros amagos más recientes de comunicación ilegal con Navarra: «En la posguerra, la Guardia Civil precintó los molinos. En Navarra se podía moler pero en Gipuzkoa no, Gipuzkoa estaba castigada. En el desván del caserío guardábamos alubias y patatas, pero no se podían sacar, y también maíz, pero si te pillaban llevándolo a moler a Navarra, te lo quitaban todo».

Ya en Navarra, la carretera sube con curvas de herradura hasta el cruce de Arano, baja en picado hasta el río, cambia de vertiente. Es difícil encajar una carretera recta en este terreno. El valle se abre un poco al llegar a Goizueta, un pueblo aislado y pequeño, pero todo un concentrado de arquitecturas nobles. Con la prosperidad de las ferrerías se construyeron palacios y torres como los de Ibero, Cibola y Alduncin, y grandes casas con entramados de madera, portales y ventanas de arcos apuntados y escudos de armas. En Goizueta el Urumea fluye bajo el puente de La Magdalena con los bríos de su etapa juvenil, porque aquí ya ha recogido la mayor parte de los arroyos que se funden para darle nombre.

La ruta sigue acompañando al cauce principal, por una carretera sinuosa que a veces entra y sale por los afluentes para ganar altura en este valle cerrado. Así llega hasta las praderas y los hayedos del alto de Ezkurra (o Usategieta). Aquí arriba se escurren las primeras lluvias, se forman las primeras corrientes, se arrastran las primeras gravillas con las que el viejo Urumea acabó construyendo San Sebastián.

*Cómo llegar:

- Desde Donostia, salimos por los barrios de Loiola y Martutene hacia Astigarraga y Hernani. Otra opción consiste en tomar la carretera N-I y en el barrio de Rekalde salir a Hernani. Una vez en este pueblo, debemos llegar a la rotonda de la gasolinera de Karabel y allí desviarnos por la carretera a Goizueta (GI-3410). Desde el alto de Ezkurra, final del recorrido, podemos bajar a Leitza y tomar de regreso la autovía A-15.

Paseo entre dólmenes: Un poco antes de Fagollaga, junto al poste kilométrico 4, por la izquierda arranca un desvío al parque de Akola. El asfalto termina en Larregain, desde donde empieza un paseo hasta el collado de Igoin para ver algunos de los dólmenes de este cordal (unos 7 kms, ida y vuelta; hay paneles informativos).

A la presa de Kartola: En Ugaldetxo, nada más cruzar el puente sobre el Urumea, junto al frontón, sale una pista forestal que sube hasta el paraje de Kartola. Por el camino se pueden ver viejos restos industriales como hornos caleros, puentes y presas de ferrerías (casi 9 kms, ida y vuelta).

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