miércoles, 29 de agosto de 2007

Los escondrijos de Araotz

En las tierras agazapadas de Araotz encontramos algunos de los hitos más curiosos de Gipuzkoa: una gruta con restos de animales prehistóricos, una cueva en la que se celebraban ritos de raíces celtas y la historia de Lope de Aguirre, el explorador rebelde y cruel que desafió a Felipe II.

ANDER IZAGIRRE
www.anderiza.com

El valle oñatiarra de Araotz es uno de los rincones más escondidos de Gipuzkoa. Está hundido entre las sierras de Aizkorri, Zaraia y Elgea, en una cuenca a la que se accede por el desfiladero de Jaturabe. La entrada es vertiginosa. La carretera baja en picado hacia un abismo boscoso, a los pies del monte Orkatzategi, en cuyo paredón calizo se abre el tremendo ojo de Aitzulo, que parece vigilarnos. Si nos detenemos a contemplar este paisaje inquietante, escucharemos el susurro del viento que peina los pinares allá abajo y asistiremos al vuelo circular de las rapaces. En el fondo del agujero, la carretera cruza un puente y se interna por el angosto paso de Jaturabe, que fue refugio para los guerrilleros carlistas del cura Santa Cruz y pasillo de contrabandistas tras la Guerra Civil. Esta garganta encierra un pequeño embalse, una lámina de agua que embellece aún más el paraje de bosques y roquedos verticales.

Para conocer algunos de los secretos más llamativos de Araotz debemos colarnos en las entrañas de la tierra. En la base del macizo de Aizkorri se encuentran las tremendas galerías del complejo kárstico Gesaltza-Arrikrutz, un laberinto excavado durante miles de años por los ríos Aldaola y Arantzazu que se extiende durante 14 kilómetros en seis alturas superpuestas.

Aquí trabajaron los pioneros guipuzcoanos de la espeleología, la arqueología y la paleontología, y además de formaciones maravillosas (estalactitas, estalagmitas, columnas, salas, lagos y ríos subterráneos ) descubrieron algunos restos de viejas presencias: el esqueleto completo de un león de las cavernas (especie desaparecida hace diez mil años), huesos y cráneos de panteras, y huesos de hasta doscientos osos. Desde el pasado junio los visitantes pueden recorrer durante una hora un tramo acondicionado -una galería por la que antaño corría el arroyo Aldaola- y sentir escalofríos ante el rugido del león o ante el vértigo que producen las estalactitas y estalagmitas labradas gota a gota durante milenios.

La cueva de Sandaili

Y al otro lado del desfiladero de Jaturabe, en las paredes del monte Orkatzategi, se abre una covacha menos espectacular pero bien surtida de mitos y leyendas, quizá tan antiguas como los huesos de las bestias prehistóricas de Arrikrutz. Es la cueva de Sandaili o San Elías, en cuyo interior se empotra una ermita.

Unos 250 metros después de pasar la presa, más o menos en la cola del pequeño embalse, a mano derecha queda un pequeño rellano que permite aparcar tres o cuatro coches al pie del roquedo. Allí, justo donde un panel indica las vías de escalada practicables en estas paredes, arranca una pista que en cinco minutos de paseo nos conduce hasta Sandaili.

Al pie de la gruta se levanta una vieja casona en la que vivía una serora. Y junto a las escaleras que suben hacia la ermita encontramos una especie de abrevadero de piedra labrada, que recoge las gotas que rezuman de las paredes. Estamos en el escenario de unas misteriosas ceremonias de fertilidad, que probablemente hunden sus raíces en remotas creencias de origen celta y que se prolongaron hasta la segunda mitad del siglo XX. Como recogió el etnógrafo José Miguel de Barandiarán en su Diccionario ilustrado de la mitología vasca, las mujeres de Salinas de Léniz venían hasta Sandaili y sumergían en la bañera de piedra tantos dedos de la mano como hijos quisieran alumbrar. Entre las de Oñati, en cambio, la costumbre consistía en meterse en el agua hasta la cintura, «operación que se expresa con la palabra berau, ablandarse». Otras mujeres dejaban ofrendas de ceras y aceites, se lavaban las manos con el agua milagrosa o mojaban ropas infantiles. Y también caminaban hasta esta cueva los habitantes de algunos pueblos alaveses cercanos, que venían a pedir lluvias en tiempos de sequía.

Estos labradores rezaban a San Elías, a quien está consagrada la ermita de la cueva, pero en realidad ese nombre podría ser la adaptación cristiana de un viejo culto pagano. La denominación de la gruta, Sandaili, quizá no derive de San Elías sino de Santa Ylia. Y Santa Ylia podría relacionarse con la diosa Ivulia, uno de los cultos anteriores a la llegada de los romanos, mencionado en una inscripción hallada en Forua (Vizcaya). La relación no se limita al parecido entre los nombres: la diosa Ivulia se vinculaba con el culto a las aguas, precisamente el que se practicaba en esta cueva de Araotz.

En el fondo de la gruta se hallaron huesos humanos y fragmentos de vasijas, probablemente de aquellos antepasados prehistóricos que iniciaron estas ceremonias mágicas con las aguas de Sandaili. Hoy en día se venera una imagen de San Elías, de la que también se cuentan un buen puñado de historias curiosas. Una leyenda recogida por el investigador Manuel Lekuona dice que San Elías era del pueblo alavés de Narbaxa. Como el santo se dedicaba a denunciar los vicios y las maldades de los vecinos, acabaron echándolo a pedradas y tuvo que refugiarse como ermitaño en esta cueva de Araotz.

En otra versión se cuenta que los vecinos de Araotz entraron en la iglesia de Narbaxa y se llevaron el santo para beneficiarse de sus poderes meteorológicos. Eso explica las peregrinaciones de los alaveses, que se quedaron sin santo y no les queda otra que caminar hasta Sandaili. Y en la Historia de Oñate, de Ignacio Zumalde, se dice que el santo Elías se enfadó con sus hermanos San Julián y San Andrés, santos titulares de otras dos ermitas oñatiarras, y se vino a vivir a este agujero.

El terrible Lope

Después del paso de Jaturabe, el valle empieza a abrirse y la carretera sube hasta Elizaldea, el núcleo principal de Araotz. Un puñado de caseríos se arracima en torno al magnífico torreón cuadrado de la iglesia de San Miguel Arcángel, que también luce un pórtico apoyado en columnas. Y alrededor se apiñan la bolera, el frontón, la casa cural y la vieja escuela.

En estos parajes nació Lope de Aguirre, el explorador del que se cuentan tales barbaridades que algunas se han convertido en leyenda. Como ejemplo de su terquedad y de su furia suele relatarse la persecución a la que sometió al juez Esquivel. Este hombre hizo arrestar a Lope de Aguirre y ordenó que se le azotara en público, como castigo por violar las leyes que protegían a los indios. Aguirre, ofendido porque su condición de hidalgo le debía haber ahorrado la humillación, juró vengarse. Dicen que el juez, asustado, cambió de residencia varias veces entre Potosí, Quito y Cuzco, y que Aguirre le siguió a pie durante tres años hasta que lo atrapó y lo mató.

Pero la aventura mejor documentada y más famosa es la de la búsqueda de El Dorado, que degeneró en una orgía sangrienta. En 1560, el virrey de Perú organizó una expedición por el río Marañón para buscar la legendaria ciudad de El Dorado. Así, con el cebo de riquezas fabulosas, se quitó de encima a varios centenares de soldados y mercenarios muy peligrosos. Entre ellos viajaba Lope de Aguirre, quien al cabo de un año participó en los asesinatos de Pedro de Ursúa y su sucesor Fernando de Guzmán, comandantes del grupo. El oñatiarra se puso al mando, se proclamó príncipe de Perú, Tierra Firme y Chile y envió su famosa carta al rey Felipe II. En ella le anunció que se salía de su obediencia, que prometía hacerle «la más cruda guerra que nuestras fuerzas pudieran sustentar y sufrir», le decía que «van pocos reyes al infierno, porque sois pocos» y firmaba como «hijo de fieles vasallos en tierras vascongadas, y rebelde hasta la muerte por tu ingratitud, Lope de Aguirre, el Peregrino». En sus andanzas no sólo atacó a las tropas que lo perseguían sino que arrasó las aldeas nativas que encontraba por el camino y mató a 72 compañeros de su propia expedición. Al final lo capturaron, lo ejecutaron, lo descuartizaron, metieron su cabeza en una jaula y enviaron sus restos a varias ciudades venezolanas para que se los echaran a los perros.

En la tierra natal de Lope de Agirre podemos emprender una excursión más sosegada, ideal para conocer a fondo el valle: la ruta circular PR-GI 102 o Senda del agua, un recorrido señalizado con pinturas amarillas y blancas que requiere tres o cuatro horas (existe un panel detallado junto a la plaza de Elizaldea). El camino baja primero al barrio de Ugaran (en la carretera por la que hemos subido), cruza el río Saratxo y alcanza los caseríos de Zubia, donde vemos un molino y un lavadero. A partir de aquí subimos por la montaña, entre pinares, praderas y manchas de fresnos, hasta la espectacular cueva de Aitzulo, ese gran ojo que ofrece vistas de buitre sobre la comarca. Luego ascendemos al pequeño embalse de Araozta y seguimos el canal hasta el llano de Ugastegi, donde encontramos un abrevadero, una chabola y la ermita de Santa Cruz, en un paraje con vistas preciosas sobre el valle. Bajamos por el caserío Agerre y el barrio de Aizkorbe y desembocamos en la plaza de Araotz. Es un paseo ideal para explorar uno de los parajes más recónditos y hermosos de Gipuzkoa.



*Cómo llegar:

- Desde Oñati:

Tomamos la carretera que va a Arantzazu (GI-3591). Después de pasar por el barrio de Uribarri, en un cruce señalizado nos desviamos a la derecha (GI-3592), bajamos al paso de Jaturabe y seguimos hasta Araotz.

Excursiones: Al ojo de Aitzulo. Esta cueva, de fácil acceso, atraviesa la montaña de Orkatzategi de lado a lado y ofrece unas vistas espectaculares. Desde Araotz se sube siguiendo la denominada Senda del Agua. A la pirámide de Andarto. Desde la plaza de Araotz, seguimos las indicaciones Andarto/Degurixa. Las marcas blancas y amarillas nos llevarámn a los pies del Andarto Txiki, y luego buscarán la cara sur del Andarto y para acabar trepando hasta la cumbre de la pirámide caliza (1.076 m.), asomada sobre la depresión herbosa de Degurixa. Aproximadamente, una hora y media de caminata.

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